jueves, 19 de julio de 2007

Mis juegos, mi hobby (part one)

Todo el mundo tiene algún hobby o afición, aunque cuando se le pregunte cuál es no sepa dar una respuesta clara concisa, y es que el tema de los hobbies es como una campana de Gauss: en medio de ella se encontraría a la mayor parte de la población compartiendo digamos las aficiones más comunes (Hola, me llamo Marta18 y me gusta el cine, la música y salir con mis amigas por ahí. Ah! ¡Y los chicos también! Jijijiji) y a los extremos de esta se encontrarían las menos comunes (Hola, mi nombre es Grümm, soy un semiorco de las montañas Norrad y me gusta cortar cuellos con mi rebanadora +5. No me gusta que nadie me toque mis dados de 20 porque los tengo cargados de energía).

Me pregunto si uno nace ya predispuesto a que le gusten determinadas cosas por encima de otras o si bien se trata del entorno el que hace que nos decantemos por unas o por otras creando nuestra afición. Si me pongo a pensar en mi pasado creo que es algo más de lo primero que de lo segundo. A mi padre, desde que tengo uso de razón le han gustado las maquetas de tren, los trenes en miniatura, los Ibertren, las vias HO, y todas esas cositas que suelen pasar por las estaciones –bueno, no, los vagabundos que habitan en ellas no, o al menos eso creo y rezo para que así sea-. En cambio, ni a mi hermano ni a mi nos han llamado la atención esas cosas. A mi hermano mayor le regalaron un ibertrén de pequeño que la verdad, pasó bastante desapercibido por casa, al igual que un scalextric que cogió más polvo que otra cosa. No estaban destinados a ser nuestros hobbies.

Recuerdo hace muchos años –tendría yo por aquel entonces ocho o nueve años- que salió a la venta una colección de cromos sobre videojuegos de Amstrand, cpc, Spectrum y demás máquinas ochobiteras, cuyos cromos iban acompañados por la parte trasera de pokes para los susodichos juegos. Ni que decir tiene que yo por aquella época no tenía ni idea de qué carajo eran aquellas máquinas, ni había visto un juego de aquellos cromos jamás de la vida y mucho menos sabía qué carajo significaba poke ni a qué se debía aquella ristra de números y comandos. Pero me llamó la atención y compré –o me compraron mejor dicho- bastantes sobrecillos de aquella colección. Algo había ahí que me llamaba, aunque no sabía qué.


¿qué tendrían estos cromos para que llamasen la inocente atención de un niño?



Hasta ese momento creo que la única maquina arcade que había tocado yo eran en un par de visitas que había hecho a un salón recreativo con mi padre, quiero decir, que muchos aficionados a videojuegos y máquinas arcades tienen una trayectoria bastante marcada desde pequeños, con padres que han comprado collecovisiones, pongs y demás cacharros a su retoño pero este no era mi caso. Algo tenía que haber que me llamaba, aunque no sabía qué.

Y debía tener once añitos más o menos que dedicaba las noches del lunes a ver –hasta que mis padres me largaban a la camita como muy tarde a las diez de la noche- el gran programa (cuando la tele tenía grandes programas) llamado “El precio Justo”, y allí apareció algo que me lleno la vista de chiribitas: Una Nintendo NES –con Adventure of Lolo conectado- de la que tenía que adivinar el precio. La verdad es que yo pensaba que aquello debía valer un pastón, pero cuando desvelaron el precio (14.990 míticas ptas.) me quedé con cara de “pues oye, no es para tanto”. Y algo hubo en aquello que me llamó la atención, aunque no sabía qué. Y mi pequeño cerebrito mandri empezó a maquinar.


A jugar con Lolo, pequeños hijos de puta




(publicado originalmente el 06/02/2007)